Etimológicamente, el término equinoccio proviene del latín antiguo aequinoctium, el cual significa algo así como «noche igual». Ahora bien, digamos que, básicamente, el equinoccio no es más que el evento astronómico que ocurre cuando el eje de la Tierra se coloca de modo que sus dos polos están a la misma distancia del Sol.
Tiene lugar dos veces al año: sobre el 20/21 de marzo y alrededor del 22/23 de septiembre. En ese momento, el centro solar se encuentra en el mismo plano del ecuador terrestre y los días y las noches tienen una duración similar.
Solo durante los equinoccios —el de otoño y el de primavera— nuestros relojes aciertan a marcar justo doce horas de día y doce horas de noche.
Equinoccio de primavera y de otoño
Para el norte, el equinoccio primaveral es en marzo y el otoñal en septiembre; para el sur, exáctamente a la inversa. En ambos casos el Sol cruza el ecuador celeste y se mueve hacia el sur o norte respectivamente.
Los equinocios varían cada año.
La razón por la que se produce esta variación de días se debe a los calendarios empleados. La mayoría de los países utilizan el sistema gregoriano de 365 días, y 366 cuando el año es bisiesto.
Los equinoccios se retrasan 6 horas cada año, y un día hacia atrás los bisiestos. Se añade este día para corregir la desviación gradual de los equinoccios durante las estaciones.
Desde tiempos inmemoriales los equinoccios han sido puntos de referencia para celebraciones y festividades, pero también para realizar observaciones astronómicas de importancia.