Ser consistente ha sido siempre complejo. En medio de la vorágine del acelerado mundo actual, parece casi imposible. Sin embargo, hay grandes ejemplos históricos de consistencia que han permitido consolidar nuevos paradigmas científicos.
En el Valhalla de los héroes de la ciencia se encuentra en un lugar especial Giordano Bruno. A quien podemos llamar “mártir”, ya que pagó con su vida la osadía con la que interpretó la realidad, oponiéndose a una ortodoxia coercitiva y, finalmente, violenta. Entre sus frases más célebres se encuentran las siguiente afirmaciones, sobre la posibilidad de mundos fuera del Sistema Solar, dentro de la obra “De L’Infinito Universo E Mondi” de 1584:
“Y semejante espacio lo llamamos infinito, porque no hay razón, capacidad, posibilidad, sentido o naturaleza que deba limitarlo. En él existen infinitos mundos semejantes a éste y no diferentes de éste en su género, porque no hay razón ni defecto de capacidad natural (me refiero tanto a la potencia pasiva como a la activa) por la cual, así como en este espacio que nos rodea existen, no existan igualmente en todo el otro espacio que por su naturaleza no es diferente ni diverso de éste.”[1], Giordano Bruno, (diálogo quinto)
“Existen, pues, innumerables soles; existen infinitas tierras que giran igualmente en torno a dichos soles, del mismo modo que vemos a estos siete (planetas) girar en torno a este sol que está cerca de nosotros.”[2], Giordano Bruno (tercer diálogo).
Desde el descubrimiento de los primeros planetas fuera del Sistema Solar que orbitan alrededor de estrellas de tipo solar (Mayor y Queloz 1995) ha habido una verdadera eclosión de descubrimientos que han cambiado totalmente el paradigma existente, de reminiscencias antropocentristas. Aquí mismo hemos proporcionado una visión global y hemos dado cuenta de algún caso más detallado. Así, la ecología exoplanetaria se ha ido diversificando y se han encontrado muy diversos nichos: desde planetas gigantes gaseosos hasta otros de tamaño similar a la Luna, en órbitas muy próximas a las estrellas u orbitando alrededor de estrellas binarias. La búsqueda y caracterización, incluyendo las propiedades de sus atmósferas y evolución, continúa actualmente. En todos estos descubrimientos la voz de Giordano Bruno sigue resonando.Quién fue Giordano Bruno
Bruno vivió durante la segunda parte del sigo XVI, de 1548 hasta 1600. Nació pues cinco años después de la publicación de “De revolutionibus”, obra en la que Nicolás Copérnico exponía su teoría heliocéntrica, y en la que por primera vez después de casi 2000 años se desplazaba a la Tierra de su posición central. Se conoce una experiencia que habría marcado a Bruno con una corta edad: una excursión al Vesubio, el imponente volcán que domina la bahía de Nápoles. Al ver cambiar el horizonte según ascendía, se percató de que los sentidos nos pueden engañar, tal vez facilitando que posteriormente adoptase posiciones neoplatónicas como marco filosófico para interpretar la realidad. En cualquier caso, por sus tratados y las problemáticas a las que se enfrentó, se le ha llamado el filósofo de la astronomía.Perteneciente a la orden religiosa de los dominicos, sus referencias intelectuales fueron Raimundo Lulio o Ramon Llull y Tomás de Aquino, quien vivió en el mismo monasterio donde Bruno pasó su noviciado. En el convento probablemente nunca se sintiera cómodo, debido a la rutina y a la disciplina, y es incluso posible que se acercase o que se convirtiera al protestantismo en algún momento de su vida.
Al contrario que Copérnico, que retrasó la publicación de su teoría casi 40 años, tal vez temiendo la reacción de la intelectualidad o de la Inquisición, Giordano Bruno llegó con su imaginación donde el polaco nunca soñó alcanzar. Nunca cómodo, se convirtió en un peregrino que vagaría por numerosos países europeos divulgando sus ideas.
Así, abandonó su Nápoles natal para pasar a Roma, aunque no permanecería mucho tiempo allí. En los países protestantes se percató de que podía ser un personaje incómodo, reconociendo así que la intolerancia era la señal de los tiempos (Ginebra, dominada por Calvino, por donde pasó, fue un claro ejemplo). Intolerancia presente incluso en las tierras en las que la reforma religiosa había facilitado, hasta cierto punto, la especulación y la extensión de la educación a capas más amplias más allá de la élite. Tras pasar por Francia, Bruno llevaría a Inglaterra el heliocentrismo copernicano, llegando a realizar una célebre justa verbal en la universidad de Oxford en 1584, donde no consiguió ningún converso hacia sus posiciones teológicas o intelectuales.
Giordano Bruno volvió a la península italiana después de fracasar en su búsqueda de una posición permanente en los estados germánicos y la protección de alguno de sus príncipes. Y lo que iba a ser una estancia temporal para imprimir sus obras, terminaría con nueve años de cárcel, un juicio y la hoguera.
Heterodoxo siempre, terminaría entrando en conflicto con la Signoria veneciana, a la que sería denunciado por un seguidor celoso, Giovanni Mocenigo. A pesar de sus interpretaciones de las escrituras cristianas, en la acusación apenas hubo cabida para la teología y entre las numerosas acusaciones destaca su teoría de universo ilimitado y la infinitud de mundos.
Bruno, como Galileo Galilei, abjuró ante la presión del proceso. Sin embargo, volvería a defender sus posiciones iniciales incluso ante la posibilidad de tortura. Como en el caso de Galileo en 1616, detrás del juicio y como examinador de sus creencias, se encontraba Roberto Belarmino. Este cardenal jesuita sería el responsable de que se condenase la teoría de la movilidad de la Tierra alrededor del Sol y se prohibiese a Galileo difundirla, salvo como hipótesis matemática.
Trasladado a Roma, sería condenado y “relajado” a la autoridad civil (esto es, cedida su custodia para proceder a su ejecución). Ardió en la pira el 17 de febrero del último año del siglo XVI.
La confirmación final: Galileo y James Bradley
Aunque no fue un científico propiamente dicho, su visión fue realmente inspiradora y su fama tuvo un reconocimiento pan-europeo. A pesar de la ejecución pública de Giordano Bruno, Galileo, que nunca fue un héroe y dudó al comienzo de su carrera de exponerse públicamente (y así se lo comunicaría a Johannes Kepler en una de las escasas misivas que le envió), terminó por impulsar la teoría heliocéntrica después de realizar descubrimientos extraordinarios al usar por primera vez el telescopio para fines astronómicos a partir de 1609. Afortunadamente para él, aunque sería condenado por sus posiciones intelectuales y por la reinterpretación teológica basada en la ciencia en un juicio plagado de fraudes, esquivó la pena máxima y quedó confinado bajo arresto domiciliario en 1633. En cualquier caso, la caja de Pandora ya estaba abierta: la revolución científica se había iniciado.El movimiento de la Tierra sería demostrado por James Bradley en 1729, mediante un fenómeno conocido como aberración de la luz, debido a la combinación de la velocidad de la Tierra con la velocidad finita de la luz.
De hecho, no sería Giordano Bruno el primero en especular sobre esta posibilidad. Desde Anaximandro de Mileto, un erudito presocrático que vivió aproximadamente entre los años 610 y 547 antes de la era común, han sido bastantes intelectuales los que han sabido escaparse del la convención aceptada, del antropocentrismo explícito en la interpretación del cosmos y de nuestra posición en él.
Sea como sea, Giordano Bruno ha quedado en la memoria colectiva como un intelectual que fue capaz de defender sus creencias incluso pagando la pena máxima por ellas. Sin ser necesario llegar hasta ese punto, no deja de ser un ejemplo de consistencia. Y, como en tantos ámbitos, prueba palpable de que los descubrimientos actuales son herederos directos de la ciencia humanista característica de los siglos XV y XVI, una actitud ante la realidad que debería ser recuperada.
David Barrado Navascués
CAB, INTA-CSIC
Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESAC, Madrid)