A los 82 años falleció el astronauta por complicaciones derivadas de una operación cardíaca realizada el 8 de agosto 2012.
El 20 de julio de 1969, 500 millones de personas (una sexta parte de la población mundial en ese entonces) contemplaron cómo el pie izquierdo de Neil Armstrong se apoyaba en la Luna, mientras el astronauta pronunciaba la famosa frase: “Un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”. Ese hecho haría que Armstrong -y su frase- pasaran a la historia, transformando al evento en el principal símbolo del siglo XX.
Es por eso que la noticia de su muerte, divulgada ayer en la tarde por los medios estadounidenses ABC y NBC y luego confirmada por la Nasa, conmocionó al mundo. Armstrong falleció a los 82 años, pocas semanas después de haberse sometido a una operación cardíaca, por una obstrucción de arterías coronarias, el 8 de agosto. Complicaciones derivadas de esa intervención habrían causado su muerte.
El Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, se refirió al fallecimiento del astronauta y a su importancia histórica: “Neil estaba entre los más grandes héroes norteamericanos, no sólo de su tiempo, sino de todos los tiempos. Hoy, el espíritu de descubrimiento de Neil vive en todos los hombres y mujeres que han dedicado su vida a explorar lo desconocido. Ese legado perdurará, provocado por un hombre que nos enseñó el enorme poder de un pequeño paso”.
El primero
Armstrong nació en 1930 en la granja de sus abuelos, en Wapakoneta, Ohio. Desde muy joven demostró interés por la que terminaría siendo la pasión que lo distinguiría frente al mundo: tomó cursos de pilotaje a los 15 años y obtuvo su licencia un año más tarde. En 1949 ingresó a la Marina de Estados Unidos, donde permaneció hasta 1952. Allí se desempeñó como aviador naval durante la Guerra de Corea, período en el que participó en 78 misiones. Luego terminó sus estudios de ingeniería y fue piloto de pruebas en la prestigiosa Base Edwards, en California.
En 1962 ingresó a la Nasa y en marzo de 1966 se convirtió en el primer civil estadounidense en orbitar la Tierra, al mando de la misión Gemini VIII, junto con David R. Scott. Esta misión marcaría su futuro. En la cuarta órbita, participaron del primer acoplamiento en el espacio con otra nave espacial, una maniobra de prueba fundamental para el aún no aprobado proyecto Apollo, que buscaba que los astronautas descendieran en la superficie lunar.
Por eso, no fue extraño que fuera seleccionado, junto con Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins, para comandar la misión lunar Apollo 11. Partieron como astronautas el 16 de julio de 1969 desde Cabo Kennedy, en Florida, y regresaron a la Tierra el 24 de julio como héroes planetarios. Armstrong alcanzó a caminar dos horas y 21 minutos sobre la Luna.
Después de la hazaña, nada sería igual en la vida de Armstrong, quien desde ese día pasó a simbolizar el triunfo de Estados Unidos sobre la Unión Soviética en la carrera espacial. Cumpliendo la promesa hecha por el Presidente Kennedy en 1961: habían llegado a la Luna, en la principal empresa tecnológica y científica de la historia de la humanidad. Un golpe del que los soviéticos nunca se recuperarían.
Un hombre discreto
El 20 de julio de 2009 se celebraron en los cuarteles de la Nasa los 40 años de la conquista de la Luna. Hubo conmemoraciones, discursos y recuerdos de la gran gesta, con la asistencia de “Buzz” Aldrin -el segundo hombre en colocar sus pies en el satélite-, Eugene Cernan, el último hombre que estuvo en la Luna, y varios otros exploradores, científicos y autoridades de la agencia espacial estadounidenses. Pero hubo un gran ausente: Armstrong.
No fue casualidad. Después del logro del 69, el astronauta abandonó progresivamente la vida pública. Trabajó por años como gerente de la Nasa en Washington y enseñó ingeniería en la U. de Cincinnati. Durante esos años se negó a casi todas las peticiones de entrevistas. Esta tendencia se agudizó en 1994, cuando dejó de dar autógrafos, después de averiguar que algunos objetos firmados por él alcanzaban valores de miles de dólares en sitios de remate en internet y que muchas falsificaciones de su firma daban vueltas por el mundo.
Según cercanos a Armstrong, esta aversión por la figuración pública fue clave en su selección para ser el primero en llegar a la Luna. James Hansen, físico de la Nasa y autor de la biografía Primer hombre: la vida de Neil Armstrong, dijo que la agencia llegó a cambiar su propio protocolo, que indicaba que el piloto del módulo lunar, en este caso Aldrin, debía ser el primero en bajar de la nave. ¿La razón? Consideraron que el primer hombre iba a cargar con ese hito por el resto de su vida, y que la personalidad modesta de Armstrong le permitiría manejar mejor esa prueba. No se equivocaron.
En mayo de 2010 abandonó su ostracismo para criticar al Presidente Obama por el anunció de cancelación del programa lunar de la Nasa. “Estuvo mal asesorado”, dijo. Su última aparición pública fue en noviembre de 2011, cuando recibió, junto a sus compañeros Aldrin y Collins, la Medalla de Oro del Congreso de EE.UU. Armstrong dijo que era un honor “en nombre de todos aquellos que jugaron un papel para ampliar la presencia humana más allá de la Tierra, y su conocimiento del Sistema Solar”.