Al mediodía de ese 21 de junio se dio cuenta que sí proyectaba sombra. Ante el acertijo de por qué razón el mismo palo proyectaba sombra en un lugar y no en otro, Eratóstenes coligió hasta concluir que no podría deberse sino a que la tierra no era plana, sino que era redonda.
Eratóstenes midió los ángulos que formaban las diferentes sombras proyectadas por los palos en Siena y Alejandría, respectivamente, llevaron al sabio a deducir que existía una diferencia de unos siete grados.
Aunque tendrían que pasar cerca de dos milenios para poder comprobarlo con instrumentos de alta precisión, el hallazgo de Eratóstenes es un hito en la ciencia hasta hoy.